Argentina: Reestructuración salvaje en el Ministerio de Educación: el cajoneo de la LEN

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Hace algunos años, Pablo Pineau, Nicolás Arata, Marcelo Mariño y Belén Mercado publicaron un libro titulado “El principio del fin”, que analizaba la política educativa de la última dictadura militar. En términos generales, organizar un sistema educativo es una apuesta a largo plazo, en el que concurren infinidad de variables, avances y retrocesos, consolidaciones y debilitamientos. Los mejores aliados para una política educativa fuerte son el tiempo y, en él, el sostenimiento de políticas que tiendan a ampliarlo y fortalecerlo. Los peores enemigos, por otro lado, son una vida institucional llena de baches y humos fundacionales que buscan barrer con lo construido previamente. Y ése es el proceso que se vivió durante la segunda mitad de los 70, y que estamos viviendo desde que Esteban Bullrich tomó la conducción del Ministerio de Educación (y ahora, Deportes) de la Nación: el fin de una forma de pensar y trabajar las políticas educativas.

Antecedentes

La tensión más fuerte, en la macropolítica del sistema educativo argentino, es la de centralización/descentralización. La gestión directa de las escuelas –su infraestructura, el pago de los salarios, los conflictos emergentes específicos, los mecanismos de apoyo– están bajo la jurisdicción de las provincias de forma total desde 1991, con la transferencia de los niveles inicial, primario, secundario y superior no universitario. De manera que, desde ese entonces, el Ministerio de Educación de la Nación es objeto de cuestionamientos: ¿Cuál es, específicamente, su función, si no tiene escuelas a cargo? Más acuciante se hizo esta pregunta, en tanto las políticas curriculares –qué materias se dictan, la duración de cada ciclo, los contenidos mínimos, etc.– se consensúan en el Consejo Federal de Educación, que reúne al titular nacional y a los de  cada provincia, para dar cierta unidad al sistema.

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