Para combatir la confusión y el olvido

Para combatir la confusión y el olvido

Jaume Martínez Bonafé

Las cosas están, formalmente, bastante confusas. En mi país, ahora que la derecha parlamentaria ya no puede utilizar el rodillo de la mayoría absoluta, andan los señores diputados buscando un «pacto por la educación» y lo primero que se les ocurre es crear una sub-comisión y encerrarse en un despacho. Además de la confusión está el olvido. Lo diré como los clásicos: la educación es un territorio de combate, un campo social en el que se dirimen posiciones de fuerza, intereses diferentes en permanente conflicto.  Aunque a estas alturas esta afirmación es casi una obviedad, y fundamento empírico lo encontramos por todos los lados, sorprende la ausencia, el olvido, de esta mirada -de esta tesis- en los análisis e informaciones o declaraciones sobre las políticas educativas actuales.

Al menos en mi país la jerarquía católica y las fuerzas económicas y culturales conservadoras utilizaron la escuela y la educación para fortalecer sus políticas de reproducción social. Es natural, nos dirán. Tan natural como el movimiento de respuesta social y pedagógica de quienes desde la izquierda, en los movimientos de barrio, los movimientos de renovación pedagógica o la iniciativa sindical, hemos tratado de fomentar una alternativa a la escuela y la educación basada en el derecho de quienes menos tiene a poner a su servicio las políticas públicas de educación. Ay!, y sorprende, al menos en mi país, que cuando un bloque progresista gana la contienda electoral, sea tan difícil decir que se gobierna a favor de los pobres, y que la escuela pública está para dignificar el crecimiento integral de quienes no tienen más recurso que el que le puede ofrecer esa escuela pública.

Por eso, porque el combate por la hegemonía está todavía muy vivo, celebro ahora y saludo el mantenimiento del Foro Mundial de Educación y su revista ALMANAQUE. No nos sobran espacios de resistencia y creación de pensamiento y alternativas a la colonización de la vida cotidiana por las formas, unas veces salvajes y otras sofisticadas, de capitalismo y patriarcado. El FME significa, para mi, salir de los despachos, abrir las ventanas, bajar a la calle, y caminar escuchando. Celebro, por tanto, tan saludable iniciativa.  Y aunque he venido subrayando en el texto las cosas de mi país, ya se que ustedes han estado pensando que esto no es sólo el caso español.

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